Las ancestras: Por una resignificación de las violencias y prevención

Todas tenemos ancestras. Mujeres que estuvieron antes que nosotras y nos transmitieron saberes, conocimientos, que nos han cuidado.
 Hoy estamos acá gracias a ellas.
Por Gogo Ortiz
“Mi abuela se llamaba Soledad. Vivió hasta los 93 años y no le gustaba su nombre porque lo asociaba a la tristeza. Ojalá viviera para decirle ‘Sol’ porque iluminó mi vida con su cariño”.
La conexión entre Sara y su abuela Soledad era muy profunda. La última vez que la vio antes de volver a Colombia, Sara recuerda que su abuela sabía que no se volverían a ver.

“Yo solo la abracé y le dije ‘no digas eso’... ¿pero sabes? Internamente sabía que era verdad. Ella no estaba enferma, pero me decía que estaba cansada. Al siguiente año falleció”, recuerda Sara.

Soledad fue una mujer mexicana que vivió hasta los 93 años de edad. Fue hija, madre y abuela. Su sueño era ser maestra, pero su padres jamás se lo permitieron, en cambio su vida tomó otro rumbo al casarse a los 19 años de edad.

Su nieta Sara estudió en México, donde hizo una especialización en Psicología Organizacional. Llegó a Colombia por un intercambio profesional y ahí conoció a su pareja. Un día quiso darle un cambio a su vida y abrió un taller de alfarería, que atendió hasta que se embarazó y se dedicó por completo a la maternidad.

Cuando su hijo iba a la mitad de la escuela primaria, cayó en depresión. Siempre le gustó cocinar y por la nostalgia de no estar en México, decidió aprender a poner nixtamal, hacer tortillas y guisos.

“Mi abuela me decía que yo tenía que ser independiente, que qué bueno que yo estudiara y me preparara para poder salir adelante yo sola”, cuenta Sara.
Sara siempre vio a Sol como una mujer fuerte y que disimulaba lo que vivió. Pero al igual que su abuela, 7 de cada 10 mujeres en México han sido víctimas de al menos un acto de violencia durante sus vidas. Según un reporte del Instituto Nacional de Estadísticas y Geografía (INEGI) estos actos se ejercen con mayor frecuencia por la la cercanía y familiaridad en las relaciones de pareja o matrimonio.

Es de esta misma forma que la violencia y los golpes fueron parte de la relación de Sol, y aunque sabía que su pareja tenía otra familia, no pudo cuestionar eso por temor a ser golpeada y echada de su propia casa.

La madre de Sara es la primogénita de Sol, quien aunque tuvo 9 hijxs en total y 1 aborto, algunos de ellos sólo vivieron un par de años debido a problemas en el riñón o muertes que incluso su abuela nunca quiso compartir.

“Recuerdo que ella ya no quería seguir maternando, por lo que busco apoyo médico para poder decidir sobre su cuerpo, pero este se le fue negado pues el doctor le dijo que no estaba aceptando todos los hijos que Dios le mandaba y eso no la hacía buena católica”, recuerda Sara.
El informe del INEGI indica que el estar en contacto con la violencia desde edad temprana, genera estructuras y ciclos capaces de llegar hasta la reproducción de la violencia en etapas y generaciones posteriores.

Por eso en la familia de Sol las mujeres son vistas como el pilar para mantener un “hogar unido", en donde los sacrificios de las esposas son indispensables. Ellas no abandonan y callan ante la violencia.

Sara recuerda que su ancestra Sol era una mujer a la que le gustaba leer novelas históricas románticas. En el fondo añoraba ese amor para ella misma, asegura.

Sara recuerda que el cumpleaños de su abuela no era el día de la Virgen de la Soledad (18 de diciembre), como aseguran sus tíos, sino el 19 de febrero. Que su ancestra Sol era una mujer a la que le gustaba leer novelas históricas románticas,. En el fondo añoraba ese amor para ella misma, asegura.

“La historia de mi abuela es una historia ignorada, que nadie menciona, como si no existiera, como si no hubiera sido un ser humano violentado. Como que lo que vivió fue su obligación por ser mujer. Creo que mi abuela ejemplifica muy bien el hecho de que lo que no se habla, no existe”, comenta Sara.

Este trabajo es un abrazo colectivo para retomar la intuición y la sabiduría de las ancestras que han precedido en distintas generaciones y han hecho frente la violencia machista.
Ancestra Ana María

“Mi abuela nos dijo que conoció a mi abuelo porque él se acercó a ella por detrás con un puñal y le dijo ‘vamos a cenar’. Después empezaron a salir. Ella no pudo contarlo hasta que mi abuelo falleció”, cuenta Aranza sobre su abuela Ana María.

El día que conversaron sobre cómo Ana María conoció al que sería su esposo, no hubo marcha atrás. Esto trajo una serie de cuestionamientos sobre su hogar.

“Los procesos de vida de violencia hacia las mujeres en mi familia fueron determinantes para que yo tomara la decisión de investigar qué es la violencia estructural y por qué una mujer que atravesó la hostilidad, llegó a convertirse en el eje de cuidado de toda mi familia”, narra Aranza.

Su abuela estudió solo la primaria y tuvo una infancia violenta. Se estima que en 3 de cada 10 hogares en México se registran casos de violencia física a la niñez de parte de algún familiar, dice el INEGI.

Ana María fue una mujer migrante, originaria de Michoacán que al llegar a la Ciudad de México trabajó en el área administrativa, hasta que su pareja se “la robo” para vivir con él y tuvo 11 hijos y 3 abortos.

“Hay una historia de mi abuelo intentando sacar algo de un cajón y al no poder hacerlo, terminó destrozando el mueble enfrente de nosotros. Siempre que no podía manejar una situación, las circunstancias se tornaban violentas y mi familia comenzó a ‘normalizarlo’, como un acto natural y una energía que caracterizaba a toda su descendencia”, recuerda Aranza.

En este caso la violencia psicológica continuó viva en las narrativas familiares como una huella de agresividad y un factor determinante en sus descendientes, cuestionada por las últimas generaciones, explica.
Un estudio de la organización Oxford Committee for Famine Relief (OXFAM) del 2024, revela que las juventudes de entre 25 a 35 años de edad son aquellas que más cuestionan y/o rechazan el modelo dominante de familia y pareja tradicional.

Aranza, de 28 años, dice que su familia ha establecido el cuidado colectivo de sus ancestras, no solo a partir de escuchar sus historias, sino también teniendo un acercamiento a las prácticas y enseñanzas que quieren cambiar de manera familiar. “Para que las siguientes generaciones puedan desarrollarse más libremente”, dice.

“El hecho de que mis tías se divorciaron, e incluso se volvieran a casar, hizo que esta generación de las nietas seamos capaces de marcar nuestros límites” asegura Aranza “eso ya lo vimos con mi abuelo y no queremos que vuelva a pasar”.

La sabiduría heredada de generación en generación puede ser una herramienta fundamental para que las mujeres redescubran a sus ancestras, se miren como pares y piezas clave en sus vidas. “Abrazando las historias de dolor, silencio y lucha para poder curar esas heridas heredadas en la piel”, coinciden las entrevistadas.
“Ver su historia, es una ventana abierta a las historias de las otras, de quienes acompañó, y mi propia historia e incluso las que vengan a futuro”, asegura Aranza

El envejecimiento suele reconocerse a partir de los 60 años de edad y según la Organización Mundial de la Salud (ONU) entre el 2015 y 2050 el porcentaje de habitantes considerados adultos mayores podría duplicarse, al pasar del 12 al 22 por ciento del total de la población. Esto significa una alerta para cambiar las políticas públicas y de seguridad, ya que el 80 por ciento de esa población vivirá en países de ingresos bajos y medianos.
Ancestra Eva

“En las fotos de mi boda tengo los ojos hinchados porque había estado llorando, pero mi papá decía que primero muerta que embarazada y sin casarme”, recuerda Eva.

Eva creció en un hogar de bajos recursos, en una casa con piso de tierra y su madre cosía la ropa de sus 11 hijxs, para Navidad, para que pudieran tener algo nuevo cada año. Su padre creció en la calle hasta que se convirtió en ferrocarrilero. Era estricto sobre que sus hijas no podían embarazarse sin estar casadas.

Por eso Eva al saber de su embarazo tuvo que casarse, ante la presión social y familiar en los años 70s. Su matrimonio se vio invadido por la depresión, la violencia psicológica y económica, pero no era la primera vez que experimentaba esto.

Incluso antes de casarse, Eva tuvo cercanía con el acoso laboral y hostigamiento a los 18 años, mientras trabajaba en la radio. “Uno de los locutores se me acercó un día y me dijo que era una bruja porque había quedado encantado con mis ojos. Mi jefe le contestó que se calmara, sobre todo porque tenía la fama de hacer ese tipo de comentarios con otras mujeres y hostigarlas”, recuerda.

Eva estudió mecanografía, lo que le permitió trabajar y llevar sustento a su casa, pero fue una de las pocas mujeres en su familia que recibieron educación media superior. El Censo Nacional de Población y vivienda de 2020 señala que 4 millones 456 mil 431 personas son analfabetas, en su mayoría mujeres y personas de pueblos originarios.

Después de diez años de matrimonio, y haberse convertido en madre, decidió separarse y llevarse a su hija, a pesar de que el padre de Eva la sentenció a muerte si se iba. Migró a otro estado y tiempo después hizo su vida con otro hombre.

“A mi me crió mi abuela y mi madre. Más grande me enteré que mi abuelo era un hombre violento y que ellas habían escapado conmigo en brazos, porque él las golpeaba”, cuenta Elisa, nieta de Eva.
Eva revisa las fotos de sus calificaciones de la primaria dónde se le ve con el cabello largo. Cuando se casó, su pareja dijo que no podía cortarse el pelo porque no iba de acuerdo a los estereotipos de belleza de la mujer. Ahora, Eva mantiene la melena corta que se hizo desde hace 30 años.

La llegada de su nieta también fue una reflexión a la violencia que había movilizado su entorno para buscar su independencia, y también un espacio para que ni ella, ni su hija, ni su nieta vivieran bajo el yugo del miedo.

“Mi abuela siempre ha llevado el cabello corto, aunque a la familia no le guste. Cuando decidí que iba a raparme estábamos en la pandemia de COVID-19 y pensé que sería algo temporal. Pero eso fue hace 4 años”, comenta Elisa.

El informe Rompiendo Moldes dice que el 68 por ciento de las juventudes considera que las instituciones como la iglesia o el sistema educativo dan un trato diferente dependiendo de la clase social. El estudio realizado en América Latina y el Caribe informa que el 52 por ciento de las juventudes ha vivido violencia de género y racial por su apariencia.

“Recuerdo que mientras me pasaban la máquina, mi abuela me veía con los ojos llenos de lágrimas y me sonreía. Cuando terminamos me tocó la cabeza y me abrazó”, cuenta Elisa.

En varios momentos de la historia de la humanidad el rapar la cabeza a una mujer era señal de castigo. Por ejemplo en los juicios de Salem desnudaban y afeitaban la cabeza y cejas de las mujeres para que los hombres buscarán en ellas "marcas" de brujería, ya que el demonio se escondía entre sus cabellos, como lo relata Silvia Federici en Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria.

Elisa sabe que su abuela fue un antecedente de libertad al no esconderse nunca más, que lleva la herencia de su abuela en los ojos “de bruja” y en la sabiduría, cuando hace té de hierbas para su ancestra y que no hay nada más poderoso que el aprender de ella el valor de la independencia.

Y es que su abuela había salido hace tres décadas de un lugar de violencia con solo 20 pesos mexicanos (1 dólar), había logrado ser el sustento en su familia y migró para salvarse a sí misma.

Que el cortar su cabello, pintar sus labios de color rojo (porque es su favorito), bailar salsa en la sala y usar vestidos solo cuando ella lo desea, es el fruto de poder decidir sobre su cuerpo, su vida y ella misma sin la autoridad de otra persona. Ser libre y permitir que la siguiente generación también busque su libertad.
Ancestra Estela

“Entendí que primero tenía que sanar muchas cosas con mi mamá para poder convertirme en madre”, dice Evelyn.
En la ciudad de Guadalajara nació Estela, una de las hijas mayores de una familia de 11 hermanos, y quien se encargó de sacar a todas las personas adelante, fueran o no de su familia directa.

Durante ese tiempo se convirtió en madre soltera, eran los años setentas. En palabras de su hija Evelyn, fue una mujer muy abierta y adelantada a su época. Pasó por momentos de violencia sexual en su juventud y después por violencia fisica de parte de sus hermanos e hijo.

La relación de Evelyn con su madre fue muy compleja desde la infancia, con muchas tonalidades y conflictos emocionales debido al rol de cuidadora al que estaba ligada Estela.

“Yo me convertí en su acompañante, hermana y casi como su pareja, debido a que ella estaba concentrada en empujar a todos sus hermanos que parecían sus hijos e inevitablemente mi medio hermano y yo comenzamos a reclamar esos espacios”, cuenta Evelyn.

Conforme fue creciendo, Evelyn pudo comprender que era importante romper el primer patrón que su ancestra venía cargando, al tener que hacerse cargo de manera casi natural de los problemas de su medio hermano, primos y tíos.

Poco a poco comenzó a tener el espacio de hija y marcó un límite entre las costumbres e ideas familiares, descritas por ella como violentas, disfuncionales y llena de abusos físicos pero también de posibles abusos sexuales.

“Yo no sé quién es mi papá. Considero que la violencia más grande, en mi caso, es justo el no respeto a saber mi identidad y origen”, comenta Evelyn.

Al igual que ella, la ausencia de una figura paterna en los hogares en México se ve reflejada en datos de la Red de Mujeres Sindicalizadas que indican que que 2 de cada 10 hogares en México se mantienen por mujeres que dedican 54.3 horas semanales al trabajo doméstico y de cuidado para sacar adelante a su familia.
Sin embargo, Evelyn considera que las nuevas generaciones siguen aprendiendo a establecer límites para llevar una vida libre de violencia en sus familias, comenzando por romper con los roles de género y tradiciones sexistas como servirles la comida a los varones mayores y soportar golpes en su infancia.

Según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones
en los Hogares (ENDIREH) al menos 2 de cada 10 mujeres de 60 años de edad y más han experimentado violencia psicológica, violencia física y violencia económica y /o patrimonial en distintos niveles.

Evelyn estudió periodismo. Comenzó su carrera en medios donde también tuvo que cuestionar los códigos de vestimenta, que prohibía a las mujeres usar pantalón en la década de los noventas.

Después de varios años, ser madre implicó conectar con Estela nuevamente pero también poner límites para no continuar con dinámicas de violencia que pudo ver en la educación familiar.
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Evelyn explica que tuvo que desarrollar otras dinámicas para construir su hogar, como las nuevas masculinidades que establecen que el hombre ya no “ayuda”, sino que también es su responsabilidad. Tuvo que saltar las barreras de lo “malo e inmoral” para hablar abiertamente con la verdad e integrar la diversidad sexual en su familia como un acto de amor y cercanía.

Para poder llegar a esto, tuvo que reflexionar sobre aquello que en su familia llevaba décadas normalizado y entender que primero debía estar en un entorno seguro. Y el instinto fue clave para mantenerse a salvo.

“Yo sé que mi mamá sí quería que yo estuviera a salvo, pero en ese momento ella tenía la presión de su mamá y quizás su mamá de su mamá…quizás ni sabía cómo. Tenemos tan normalizada la violencia que necesitamos racionalizar que, para salvarnos, nosotras debemos abrazar y atender a nuestros instintos y ponernos a salvo primero antes que al resto de la familia”, reflexiona Evelyn.



Este producto fue realizado como parte de la Beca Zarelia - Rompiendo Moldes “Transformemos los estereotipos de violencia y desigualdad” impulsada por Festival Zarelia, Wambra y OxfamLAC.